El violinista estadounidense Joshua Bell ha demostrado que, pese a tocar magistralmente, si es en el metro de Washington, los pasajeros pasan de largo.
El experimento, planificado por el diario ‘The Washington Post’ y publicado en su dominical de esta semana, consistía en observar la reacción de la gente ante la música tocada por Bell, uno de los mejores violinistas del mundo, que aceptó la propuesta de actuar de incógnito en el subterráneo estadounidense.
El 12 de enero pasado, a las 07.51 de la mañana, el artista y ex niño prodigio comenzó su recital de seis melodías de diversos compositores clásicos en la estación de L’Enfant Plaza, epicentro del Washington federal, entre decenas de personas cuyo único pensamiento era llegar a tiempo al trabajo.
Un experimento del ‘Washington Post’
La pregunta que lanzó el rotativo era la siguiente: ¿Sería capaz la belleza de llamar la atención en un contexto banal y en un momento inapropiado?
En ese momento, Bell, ataviado con unos vaqueros, una camiseta de manga larga y una gorra, comenzó a emitir magia desde su Stradivarius de 1713 -valorado en 3,5 millones de dólares- ante las 1.097 personas que pasaron a escasos metros de él durante su actuación.
En los 43 minutos que tocó, el violinista (nacido en Indiana en 1967) recaudó en su estuche 32 dólares y 17 céntimos -donados a la beneficencia-. La cifra es está muy lejos de los 100 dólares que los amantes de su música pagaron tres días antes por asientos decentes (no los mejores) en el Boston Symphony Hall, que registró un lleno completo.
En cambio, en L’Enfant Plaza, alejado de las campañas de promoción de su arte, fuera de los grandes escenarios y con la única compañía de su violín, a Bell sólo lo reconoció una persona y muy pocas más se detuvieron siquiera unos momentos a escucharle.
Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de Estados Unidos, dijo al Post que calculaba que «entre 75 y 100 personas se pararían y pasarían un rato escuchando» al artista, aunque nadie cayera en la cuenta de su identidad a primera vista.
30 segundos hasta el primer dólar
De hecho, pasaron tres minutos y 63 personas hasta que alguien se cercioró de que, efectivamente, una melodía sonaba en el subterráneo.
Un hombre de mediana edad fue el primero en apartar la vista del suelo, aunque fuera por un segundo, para dirigirla hacia Bell.
Treinta segundos después llegó el primer dólar y a los seis minutos alguien decidió pararse por un momento para apoyarse en una de las paredes de la estación y disfrutar de la música.
El violinista comenzó con la interpretación de la chacona de la Partita número 2 en Re menor deJohann Sebastian Bach y siguió con piezas como el Ave María, de Schubert, o la «Estrellita», de Manuel Ponce.
Siete conquistas, 27 ‘colaboraciones’
En total, fueron siete los individuos que detuvieron su marcha para escucharle, mientras 27 decidieron contribuir a la «causa».
Aunque sólo lo reconoció una mujer que había estado en uno de sus conciertos, en general quienes se pararon a escucharle percibieron que el artista no era un pedigüeño cualquiera.
«Era un violinista soberbio, nunca he oído nada así. Dominaba la técnica, su fraseo era buenísimo. Y su cacharro era bueno, también, el sonido era amplio, rico», describió John Piccarello, un supervisor postal que en su día estudió violín.
Otro pasajero que se detuvo a oír al virtuoso fue John David Motensen, funcionario del Departamento de Energía, que sin los conocimientos de Piccarello sí explicó al Post que la música de Bell le hacía «sentir en paz».
La belleza, en el ojo que mira
El redactor del Post, Gene Weingarten, que ideó el experimento, ha afirmado durante una charla con los lectores del diario que retrasó la publicación del artículo debido al premio ‘Avery Fisher’, el más importante de la música clásica, que recibirá el artista mañana.
En conclusión, según el Post, los ciudadanos de Washington hicieron bueno el refrán que defiende que «la belleza se encuentra en el ojo de quien mira». Y en el oído de quien escucha, al parecer.
El hábito no hará al monje -o el Boston Simphony Hall al violinista-, pero bien que le ayuda.
Fuente: Washington Post